Lo primero que haría sería poner paz en el mundo. Un súper-héroe o una súper-heroína que cerrara todas las brechas. Que las cerrara porque esto no tienen ningún sentido… Ninguna guerra tiene sentido. Detrás de una guerra siempre hay unos cuantos hombres que quieren repartirse los recursos, que creen que son suyos porque creen que la tierra es suya, de los humanos, de las personas que viven ahí: poder económico, poder político. Siempre. Detrás de todas las guerras siempre hay eso. En el siglo XIII, en Barcelona se creó “la Llotja de Mar”, el “Consolat del Mar”, porque todas las ciudades del Mediterráneo decidieron que, si no había paz, no podían hacer negocios. Imagínatelo. Todos los comerciantes dijeron “no podemos hacer negocios si no hay garantía de paz y tregua”. Y lo hicieron. Por interés, por el bien de la comunidad. Esto es lo que se tendría que hacer. Y la agenda de 2030, y vuelvo a Naciones Unidas, habla de erradicar la pobreza para que haya paz, para reforzar el tema de las migraciones. Para todo esto hay una condición sine qua non, i es que se formen en todos los lugares de decisión, un cincuenta por ciento de mujeres y otro cincuenta de hombres.
Hay mujeres que son propicias a pactar, a negociar, a mediar y a ofrecer soluciones pacíficas. Ya hemos nacido así. Ellos nacen con una amígdala, que es la amígdala del conflicto. Nosotras, las mujeres, biológicamente nacemos con una cabeza y unas neuronas preparadas para la paz, para mediar, para entendernos. Esto ya se ha investigado. Tenemos un gran sabio, que es Adolf Tobeña, un gran catedrático que lo tiene analizado en “cerebro y poder”. No me lo estoy inventando.