"Hay que buscar una rehumanización de lo que somos, un espacio entre lo tecnológico y lo humano"

Humildad.

Me parece fundamental reconocernos como personas que necesitamos a otra gente al lado para que nos ayuden en nuestras imperfecciones. Siempre pienso que la potencia viene de sumar capacidades entre diferentes. Sí, es cierto que nuestra zona de confort nos conduce a compartir con quienes sean similares, pero como cada cual arrastramos muchas limitaciones, bueno es reconocerlas y hasta “jugar” con ellas.

Siempre pienso en todas las cosas que no hago bien, en defectos que habría que pulir y, al final, acabo en el mismo sitio: aceptarme como soy. Pienso, por ejemplo, en todas esas habilidades que no poseo con la bici para pasar por zonas técnicas y me digo: no pasa nada, nos bajamos y lo andamos a pie.

Estamos en el momento perfecto. El coronavirus nos está enfrentando a nuestra condición humana más profunda. Sí, tenemos tecnología a nuestra disposición como nunca antes y resulta que estamos expuestos a una pandemia por un virus al que nos cuesta dominar. Como pasó antes con la peste, la viruela o el cólera; nada que no conociéramos. Pero por alguna razón, parecería que nos sentimos más poderosos. Pues ya lo siento, toma cura de humildad. Lo escribí en mi blog.

Supongo que no es una palabra de moda en el imaginario del positivismo tecnológico y empresarial en que vivimos. Byung-Chul Han habla de los peligros del exceso de
positividad. Tengo la sensación de que hay que buscar una rehumanización de lo que somos. Hay que encontrar el hueco entre el progreso tecnológico y nuestras limitadas capacidades humanas. Tenemos que entendernos entre personas y con la inteligencia artificial. Tenemos que repensar el lugar que ocupamos en la economía. Kanehman, Thaler
y todas las investigaciones en materia de sesgos cognitivos nos dicen que más allá de nuestra racionalidad, estamos decidiendo desde lugares increíblemente infantiles a los que nos inducen las marcas comerciales mediante artimañas.

Creo que no queda otra que reconocer que estamos hechos de una pasta para nada perfecta. Esa es la condición para mejorar. Reconocer las limitaciones y convivir con ellas
por mucha tentación de sobrepasarlas que recibamos del establishment.

Tiene que ver con la ética. El futuro, de la mano de la humildad, tiene que llevar sí o sí a un planeta menos ambicioso, con una mayor sintonía entre todas sus partes. Si nos creemos dioses, al estilo de que Harari plantea, me temo que nos veremos abocados a otro tipo de humanidad. Y no sé muy bien si podremos seguir llamándola así, tal como este hombre nos dice. Me parece que reconocer los límites, aceptarlos y jugar con ellos es un reto presente que nos condiciona de cara al futuro. Insisto que el coronavirus nos puede devolver parte de lo que somos y quizá ayudarnos a dibujar un futuro menos épico y más tranquilo. Siempre pensé que el futuro sería un lugar mejor del que encontré y hoy tengo dudas. En términos absolutos parece que hay progreso pero no sé si la vara de medir del tiempo cortoplacista no nos está engañando.

No sé si la mayor parte de la gente creería que la humildad es un superpoder. Lo mismo preferían recurrir al comodín del público y buscar algo de más lustre. Yo, en cambio, estoy convencido de que bajar un poco el volumen de la ambición nos haría mucho bien. En lo empresarial, en lo social, en lo medioambiental. Como planeta podríamos cumplir mucho mejor con lo más importante: dejar a quienes vengan detrás un mejor lugar del que encontramos.