"El relato es la materia de la que están hechos nuestros modelos del mundo"

Relato.

En mis 34 años de carrera (empecé a trabajar a los dieciocho) me ha tocado crear muchas cosas, casi todas ellas inmateriales. Música, software, videojuegos, tiras cómicas, interfaces de usuario, estrategias de negocio, y últimamente, relatos (o, si lo prefieres, narrativas, paradigmas, marcos, modelos mentales… es un poco lo mismo). Ahora que creo reconocer patrones cada vez más sutiles en las cosas, me doy cuenta de que detrás de todo lo que he hecho y sigo haciendo está el relato como pieza fundamental de la producción de conocimiento, como sustrato de nuestra capacidad para orientarnos en el mundo.

Somos animales sociales, y probablemente, el relato —la explicación del mundo como un teatro poblado de agentes que actúan animados por intenciones, que intentan superar obstáculos, y que se entrelazan en alianzas y conflictos— es la materia de la que están hechos nuestros modelos del mundo y de nosotros mismos dentro de él. Y, por lo menos igual de importante, nuestra capacidad de compartir esos modelos con los demás para así cooperar o competir.

Era 1999. Mi amigo Joaquín Bernal y yo trabajábamos en una desarrolladora de videojuegos. Mientras, mi ahora difunta mujer era editora de libros de texto y pronto pasaría a serlo de Literatura Infantil y Juvenil. Una tarde a la semana, los tres acudíamos juntos al taller de relato de Enrique Páez en Madrid. Era una época ingenua en la que para mí un “relato” era simplemente un cuento corto, pero con ínfulas literarias. Creía que los relatos estaban confinados en los mundos de ficción, y que afuera había otra cosa que no necesitaba de relatos para existir. Otra cosa que podríamos llamar, simplemente, “lo real”.

En los meses que transcurrieron mientras íbamos a ese taller, aprendíamos técnicas para idear relatos, las aplicábamos, y nos los leíamos y criticábamos unos a otros. Mientras tanto, en el trabajo, sin yo saberlo, alguien mucho más inteligente que yo estaba construyendo cuidadosamente su propio relato. Pero no un relato de ficción, sino un relato de “lo real”. El relato que, una vez contado a las personas adecuadas, provocaría que mi amigo y yo, en pocos meses, nos quedáramos sin trabajo. Novatadas que te gasta la vida, y que me ayudaron en lo sucesivo a ser más vigilante con eso de los relatos.

¿Te vale… el origen del mundo? ¿o al menos, nuestras historias sobre ese origen? “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Así empieza San Juan su Evangelio. Si quieres cocinar un buen Big Bang tendrás que empezar por la mise en place, ¿no? Disponer sobre la mesa los ingredientes que vas a necesitar. Y ¿cuál es, según San Juan, el primero de esos ingredientes, el más básico? El logos, la palabra.

Seguramente hay un mundo ahí fuera independiente de nuestra capacidad de narrárnoslo a nosotros mismos y de compartir ese relato con los demás. No lo discuto. Pero, joder, ya en el año 90 y pico de nuestra era, un tipo se daba cuenta de que solo podemos situarnos individual y colectivamente en el mundo, y por tanto, en el sentido intersubjetivo, hacer existir al mundo, a través de un relato. Y la última vez que lo comprobé, nadie ha tildado a San Juan de ser precisamente un posmoderno…

Nos toca vivir lo que el pensador Ziauddin Sardar describe como “tiempos postnormales”. Tiempos en que las viejas ortodoxias están muriendo, las nuevas aún no han aparecido, y a nuestro alrededor muy pocas cosas parecen tener sentido. Sustituye “ortodoxias” por “relatos” y… bueno, pues ya estaría.

Ser de los que señala la relevancia del “relato” hoy en día te coloca en un lugar complicado. Nunca faltan quienes te van a acusar de relativista y de entretenerte con entelequias, mientras ellos sacan el mundo adelante trabajando en “lo real”. Pero ah, amigo, ¿qué demonios es “lo real”? Al respecto de los muchos relatos manufacturados y envasados al vacío para su consumo acrítico que hay en el mercado ahora mismo, uno que está muy de moda, por ejemplo, es el de “los datos”. Esa pobre gente cree que “los datos” se ubican en la esfera de Lo Objetivo, en algún tipo de sala estéril situada en el exterior de todo relato… sin darse cuenta de que “los datos” son un relato más. Y un relato, por cierto, que sabe camuflar muy bien su carácter de relato, y por tanto resulta doblemente útil como herramienta de manipulación.

Yo no creo que “lo real” no exista. Es más, “lo real” me importa muchísimo. Igual que Donna Haraway, soy cualquier cosa menos un relativista y odio que me tachen de ello. Lo que creo es que solo se puede acceder a “lo real” a través de un relato. No hay atajos. Y configurar por ti mismo sobre qué relato propio o ajeno decides plantar tus pies, erguirte, y mirar alrededor, es lo más cercano que vas a estar de ser objetivo. Y partir de ese acto de soberanía puedes configurar tu siguiente relato: el que cuenta qué demonios pintas tú en el mundo, cómo puedes ser útil. Esto vale tanto para personas como para organizaciones.

Me conformaría con un futuro próximo en el que toda la gente que ahora mismo se desgasta en discusiones sin final posible contra gente que se inserta en el mundo a través de un relato distinto (izquierdas contra derechas, liberales contra keynesianos, queers contra TERFs… Nesquik contra Cola-Cao), tuvieran la lucidez, la humildad y la honestidad intelectual de reconocer que ambos hablan desde un relato. Hacer ese relato explícito, formularlo. Y a partir de ahí construir un relato conjunto, más amplio, en el que puedan coexistir ambos, en lugar de acusar al contrario de ser el único que está prisionero de un relato-caverna-de-Platón mientras ellos sí que viven fuera, en contacto con lo real.

Tantas cosas… Para empezar, construir con lucidez, serenidad y cariño nuestro propio relato de nosotros mismos (lo que la psicóloga Concepción Medrano llama nuestra “historia de vida”). Un relato que sea razonablemente compatible con nuestras circunstancias y al mismo tiempo nos anime a ser agentes de un cambio bueno y posible. Un “autorrelato”, una selfie narrativa que nos otorgue, como dice la Oración de la Serenidad, valor para cambiar lo que deba ser cambiado, serenidad para aceptar lo que no puede ser cambiado (o, qué demonios, templanza para decidir en qué colina propia o ajena no nos da la gana morir), y sobre todo, sabiduría para distinguir lo uno de lo otro. Y ayudar a los que nos rodean a construir su propio relato. Contribuir a hacer los autorrelatos de los demás más bellos y más dignos.